Esta semana ha sido muy intensa pero especial, por un lado se juntan alegrías tan importantes como el cumpleaños de mis dos hijos (si, curiosamente los dos nacieron en distintos años , pero con solo unos días de diferencia) y por otro he recibido la tristísima noticia del fallecimiento de una amiga.

La alegría y la añoranza se acumulan en un mismo instante.

Felicidad por los años pasados, has visto como tus hijos van creciendo, como sus vidas van tomando un rumbo firme y  poco a poco intentan forjarse un  futuro. Ya casi no te necesitan, tienen su propio día a día, pero ese casi queda para siempre y cuando enferman o tienen un problema siempre acuden a ti, vuelven al nido para intentar sentirse de nuevo como niños buscando la protección maternal.

Siempre que cumplen años vienen a tu memoria recuerdos de cómo eran el día que nacieron, lo que sentiste al verlos por primera vez, sus primeros pasos, sus primeras palabras y su primer día de cole. Los viajes compartidos, las lágrimas derramadas por sus primeros fracasos sentimentales y su refugio en tus brazos.

Pero hay que dejarles volar e intentar que siempre quieran regresar, aunque sea por poco tiempo,  porque este mundo que vivimos absorbe los minutos y es difícil compaginar tareas y horarios para poder hacer planes juntos.

Y cuando estás haciendo los planes de celebración, por fin un día festivo para compartir y celebrar, suena el teléfono y como un jarro de agua fría cae la noticia de una gran pérdida.

Llevábamos tiempo sin vernos, su cruel enfermedad de esas que llaman «enfermedades raras» torturó su cuerpo en los últimos años y ella que siempre había sido una mujer de armas tomar, de aquí estoy yo, de no pasar desapercibida,  se escondió en su refugio para sufrir casi en soledad. Una mujer con gran carácter que guardaba  dentro de si una gran persona. Creó una coraza a su alrededor  para protegerse de un mundo exterior que no le gustaba.

No quiso que en su decadencia nos acercáramos a ella, no quiso que viéramos como su belleza se extinguía en una silla de ruedas, no quiso en definitiva que sufriéramos a su lado. Supongo que en el fondo siempre deseó que la recordáramos como era cuando trabajaba en mi equipo, bella, fuerte, valiente y con un gran carácter.

La vida te enseña que hay que vivir, que hay que disfrutar cada segundo de los tuyos y como me gusta ser positiva, quedarme con lo mejor de cada uno.  Cuando llega el momento, hay que sentirlo, pero  alegrarse por haber tenido la suerte de compartir grandes momentos juntos.

Hoy celebraremos el cumple de los «niños» pero parte de nosotros estará también con ella… las contradicciones de la vida-