Es curioso observar los pasos que una persona sigue cuando su situación laboral cambia radicalmente de la noche a la mañana.

Cualquiera  que lleve años trabajando y además haya tenido la oportunidad de hacerlo en varias empresas, convierte su trabajo en pura rutina (no quiero decir en trabajo rutinario sino rutina diaria).

Se levanta, se ducha, se viste, coge el coche, el tren, el metro o el autobús y llega a su oficina. Deposita el abrigo, saluda a los compañeros, los mas privilegiados toman un café y si es muy pronto el trabajador lee los titulares de prensa y comienza su jornada laboral. De vuelta tras una intensa jornada los datos se suceden a la inversa. Se despide, coge su abrigo, se sube al transporte y a casa.

¿Pero qué pasa cuando esa persona se queda en el paro?

Tras el impacto del despido, que ya es de por si un mal trago  difícil de interiorizar, llega a casa y hay que enfrentarse a una familia a la que no solo hay que darle una mala noticia, sino prevenírles que se acabó la forma de vida cotidiana.

Los primeros dias, incluso meses,  el parado se siente arropado por amigos, compañeros y familiares pero luego llega «la soledad del parado». La vida sigue y todo continúa, pero el parado ya no tiene su rutina. Se la han arrebatado.

Lo que hasta ayer era un tostón de horarios, prisas, caravanas, nervios se diluye en una nueva forma de afrontar el día.

Los mas despiertos comienzan una carrera desenfrenada dejando curriculums, llamando amigos… pidiendo ayuda. Pero los tiempos están difíciles para todos y aunque se quiera,  en este momento es complicado para echar una mano.

Asi llega un dia donde el parado puede tomar dos caminos. El me quedo en casa porque nadie me quiere, me apaño con el paro y Dios proveerá (lo que yo he denominado «lamerse la patita» ) o el que resurge de sus cenizas cual Ave Fenix y se niega a abandonarse a su suerte.

El primero con toda seguridad terminará defenestrado, encallado y probablemente el paro le acarree un segundo problema, que será la ruptura familiar. Nadie comprenderá por qué se ha dado por vencido y no lucha ante la adversidad. Los problemas económicos vendrán y el pasar del tiempo le hará un buscador de subsidios y caridades.

El segundo saldrá adelante, porque con coraje, fuerza y profesionalidad se puede llegar a dónde se quiera.

Lo importante es saber adaptarse y volver a empezar si es necesario. Nuestra tarjeta de visita no es nada, solo sirve mientras sirve y eres lo que tu empresa representa, así que curita de humildad y a luchar para volver a demostrar quienes somos.

Estoy convencida que muchos de los mas de 4.000.000 de parados que tiene en este momento España saldrán adelante con  perseverancia y empeño  y en un tiempo razonable volverán a saborear esa rutina que antes les parecía horrible, pero que ahora apreciarán de otro modo.

Y el exparado sonreirá cuando lea en la prensa tomando un café ,  que la jubilación ahora es a los 67  porque a él le han querido jubilar de por vida y no se ha dejado.